Ya en 1890 el periodista Roberto J. Payró se preguntaba, en un articulo publicado en su diario La Tribuna: ¿Dónde están los gauchos? ¿Quiénes son?
EL GAUCHO SE EXTINGUE
Con motivo de la elección del domingo hemos visto en Bahía
Blanca una crecida parte de la población de nuestra campaña y naturalmente a
nadie habrá escapado una observación que vamos a consignar, no sabemos si
complacidos o apesarados, sobre el aspecto que presentaba una masa de gente en
cierto modo ajena a nuestra vida.
Tal observación es la de que el hombre que en esta época
ocupa el lugar del legendario gaucho dista tanto de ese genuino tipo criollo
como distaba él mismo del indio, es decir del indígena de estas tierras, por
nosotros desposeído de su antiguo dominio en nombre de la civilización que
suele abusar a las veces del poder que tiene en mano.
En efecto, el tipo cantado por nuestros antiguos poetas y al
que en nuestros días Obligado ha hecho tan tiernas y pintorescas estrofas va
viviendo solo en el recuerdo de los que le vieron en otros tiempos, sobre el
indómito corcel, a la sombra hospitalaria del ombú.
* * *
¿El gaucho se va?
En vamos hemos buscado el domingo entre la abigarrada
muchedumbre los rasgos fieros e inteligentes de Lázaro, de Santos Vega, de
Martín Fierro.
Nada hemos podido encontrar que se asemeje a lo que ya pasó
a la leyenda, ni el semblante noble ni la frase pintoresca ni el traje
peculiar, elegante en su misma originalidad semisalvaje.
Nuestro pueblo sufre una evolución de la que no escapa la
campaña misma, y ni aún el tipo indígena se conserva puro, pues ya se notan en
él las tendencias cambio lógico que ha de sufrir, según la teoría
seleccionista, hasta que se produzca el nuevo tipo que ha de ocupar el lugar de
los demás, amalgamados por la obligada mezcla de las razas.
Equivocadamente buscaría el extranjero en toda la provincia
de Buenos Aires el gaucho, héroe de tantas tragedias y víctima de tantas
vejaciones. En vano, porque ha desaparecido con la rapidez de un meteoro, casi
sin transición, como si una mano oculta hubiese dado muerte simultanea a la
raza entera. Lo buscaría y no lo hallaría sino en alguna que otra vieja
estampa, guardada por curiosidad y amarillenta, ya por el paso de los años. NO
lo vería, al natural, arrogante, erguido, despreciativo, dueño y señor de la
Pampa, hospitalario como un patriarca, guerrero como un árabe, generoso como un
rey, enamorado como un caballero andante. El gaucho se ha ido.
* * *
¿Será que la poesía se concluye con este siglo XIX y que
desaparece conjuntamente con él todo lo que, despertando la imaginación
arrastraba al hombre fuera del prosaico positivismo? ¿Será que va realizándose
poco a poco la farsa de que Tartarín fue víctima, cuando se le hizo creer que
en los Alpes no había ya ni peligro ni poesía, y que todo estaba hecho por la
mano del hombre -ventisqueros, grietas, abismos, como una inmensa decoración de
teatro?
Puede ser, pero no es menos cierto que vemos con un
sentimiento de verdadero pesar que ha muerto ya ese tipo tan genuino tan
nuestro, para ceder el puesto a otros seres más civilizados, pero menos
interesantes, menos instruidos, pero menos nobles, más activos, pero menos
útiles….
Ya el payador no existe sino en la memoria de los viejos, y
suele acontecer que, al ver cruzar por la llanura en potro indómito a un
domador con la cabeza descubierta y la melena al viento, cuando sele busca en
la creencia de encontrar un ejemplar de la raza desaparecida, encuéntrase el
hombre de las ciudades con un rubio extranjero que apenas sabe reunir dos
palabras en la lengua de Santos Vega.
* * *
La civilización cunde y arrebata o arroja al suelo todo
cuando la estorba.
La sencillez del gaucho la incomodaba en su archa de
torrente y el gaucho ha desaparecido casi sin dejar huellas. En su lugar ha
brotado un engendro de transición, mitad gaucho, mitad compadrito ciudadano que
tiene todos los vicios del segundo y ninguna de las virtudes del primero.
Este desaparecerá, tiene que desaparecer porque no es más
que un tipo momentáneo, un sustituto, un eslabón en la cadena. ¿Quién ocupará
su lugar?
* * *
Por otra parte, no hay que extrañar sobremanera esta
desaparición consumada ya, por cuando el gaucho constituía también no una raza
particular sino pura y simplemente una familia híbrida, producto de las razas
europea e indígena, razón por la cual en él se veía junto a ciertas tendencias
y costumbres andaluzas y algunos rasgos fisionómicos de igual procedencia,
muchas afinidades con el indio argentino, variables según el lugar de nacimiento.
Sin embargo, a pesar de que esta nueva evolución sea hecha
en nombre y por la civilización humana, a pesar de que ella acuse un progreso,
no hemos podido menos que experimentar verdadera pena al buscar el domingo
vanamente entre los cientos de paisanos que pululaban en las calles de Bahía
Blanca el gaucho de la leyenda, el gaucho soldado, el gaucho víctima de jueces
y comandantes militares…
Todo pasa: a él le ha tocado pasar también y para siempre.
Pero no morirá, porque su tipo está fotografiado en páginas
inmortales, esculpidas por la pluma de los Echeverría, los Gutiérrez, los Ascasubi,
los del Campo, los Obligado y tantos otros poetas que son nuestros,
genuinamente nuestros, y que nadie nos quietará, como no nos quitará tampoco al
gaucho que siempre vivir en el recuerdo.
JG"
La Tribuna, 3 de diciembre de 1890
(J.G. son las iniciales de Julian Gray, uno de los seudónimos de Roberto J. Payró)