En 1878, pasaban estas cosas según cuenta Joaquin Esandi:
"En la época de estas crecientes y lluvias abundantes nos vimos molestados por estas. En la época de la fundación del pueblo a los pobladores les fue fácil y barato formar los techos sobre ramas, tablas o ladrillos, tendiendo sobre aquello barro con abundante paja y bien trabajado. Esta forma de trabajo resiste mucho contra el agua, pero a la larga cede y penetra los techos en forma que molesta.
No diga mi lector que los que tales
trabajos hacían fueran ignorantes. Es que los de aquellos tiempos no tenían
teja Marsellesa la que a mi llegada al país recién se había puesto de moda. El
zinc vine a conocerlo en esta. No había un techo para nuestra. Antes de estas
aguas se puso en boga el zinc, pero a mi casa llegó la riada del día 23 de
marzo en momentos en que no era posible resistir a estar sin él. Llegó el
ferro-carril y llegaron los materiales convenientes para la edificación.
Da principio a la obra misteriosa, sigue y sigue, D. Alejandro ayudado de su primogénito Juan, muchacho de trece o catorce años. El trabajo era de tanto cuidado que no me atrevía a tocarlo. El padre y el hijo no andaban muy de acuerdo. El muchacho sabía como yo. Pero ya en otra edad distinta de la del muchacho, las lecciones fueron más útiles para mí que para Juancito. En vista de lo que vi le digo a mi hermano: En cuanto se nos presente hacer algún techo de zinc lo hago yo. Así sucedió.
Nos tocó la obra de D. Christian Heusser y me animé a colocar el techo del galpón del lagar y me salió bien. Con tal motivo yo ya era tan maestro como el herrero. No es mi objeto decir si otros hacían lo mismo. A la sazón empezaron los propietarios a colocar techos de zinc, porque los de barro ya molestaban. D. Fermín Muñoz, propietario de la finca esquina Estomba y Rodríguez quiso modificar la casa; ésta era de adobe y techo de paja, y sobre paja tierra con paja. De modo que estaba ya casi sin tierra ni paja. Empezamos la refacción el 12 de marzo de 1878. Calzamos el edificio en todo su rededor con ladrillo cocido. Luego el techo de zinc, limpio sin ningún reparo debajo. Me costó colocarlo. Las chapas eran de diferente tamaño, ya de largo como ancho. Pero con mucho tiempo y trabajo, salió bien mi techo. Terminada la refacción pasó mucho tiempo sin ocuparla nadie.
Un buen día viene a esta Don Fermín (él se ocupaba "pa
dentro"), llega a ver el interior de la casa y ve con asombro una hilera
de goteras en los adobes del piso. ¡Qué escándalo! Llama a los vecinos y entre
todos al herrero. ¡Qué escándalo! Ya forman juicio y hacen correr la voz de que
los vascos hicieron el techo en tal forma que en lugar de echar las aguas
afuera, las echaron para adentro. Lo llaman a mi hermano, éste explica y no le
creen. Me llama y voy. D. Fermín vuelve a la carga. Yo insisto de que está bien
el techo. Dudan de mí y me defiendo. Vuelta a llamar a otro herrero: D. Isidro
Anzoátegui, éste viene y ve y dice: "esta gotera es de la helada, no es de
la lluvia. Cuando hiela, al derretirse con el calor corre el agua a la alfajía
y es el cordón que al caer ha formado el agua deshelada." Con tal informe
creyó D. Fermín, pero no todos. No sé si por no creer o por mal querer, siguió
corriendo la misma voz de que el techo se había hecho al revés. Pero apareció
el desengaño. Vinieron las lluvias y con ellas el desengaño. Volvió mi crédito
de buen constructor de techo." (Esandi, 1925: 133-135)
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