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En abril 25 de
1884 fue oficialmente inaugurada la vía ofreciéndonos comunicación con la
metrópoli. Daré otro dato interesante relacionado con la fecha. Hacía tiempo
que nos estaba molestando una seca muy fuerte. Recuerdo que el 22 de marzo di
por terminado un trabajo en el campo, regresando en el mismo día a mi hogar;
¡suerte fue la mía! Por la tarde rompió a llover. El 23 siguió lloviendo fuerte
aquí en el local. Pero en las sierras cayó una tromba de agua. Hubo testigo
ocular que vio en los cerros del Napostá hasta un palmo de agua, al extremo de
exterminar a las vizcachas. Crecieron las aguas del Napostá y el Maldonado de
forma tal que desde entonces no han crecido tanto. Nuestras calles eran río y
ya fuera del pueblo parecía un mar.
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Dejó de llover,
pero las aguas crecían. Hubo dos ahogados en la creciente, amén de otros sustos
sin consecuencia. Los habitantes de la parte más bajan, auxiliados por la
policía buscaron refugio en la parte alta. Mi casa se componía de dos piezas y
cocina, lo suficiente para mi familia. Pues en aquella memorable noche nos
albergamos 31 personas. Estas al llegar repetían la frase de dispensa “Dispense
Don José o María.” Yo me hallaba satisfecho de poder hacer el bien. También fue
motivo de la creciente una marejada terrible que subió hasta la altura en que
hoy están los rieles. Esta altura fue tomada para base de la altura de las
mareas.
Esta marejada
dio motivos a la lentitud en la bajada de las aguas, permaneciendo estas con
poco descenso todo el día 24 de marzo. Entre la estación y el arroyo, la
corriente arrastró un trecho de 150 metros de vías. Así hubo un desglose de
agua para la población.
D. Domingo
Pronsato, antiguo expedicionario y colono del coronel Olivieri, hombre activo
en el comercio, habiendo adquirido un pasar modesto, se retiró a su chacra en
las márgenes del Maldonado. En modesta casa vivía con la esposa y otros
miembros de la familia. El día 23 ya citado Doña Rosa, la esposa de este, mujer
de santa memoria, se hallaba en el pueblo y decidió marcharse a su chacra.
Enfrente a la población hay una pequeña isla con varios árboles frutales
plantados por Don Domingo. Doña Rosa pasó bien la primera parte del arroyo y
antes de llegar a la segunda parte, la sorprendió una avalancha de agua tal que
con las ansias de la muerte, logró alcanzar una planta y subirse a ella. Alos
gritos de esta se alarmó el esposo y el resto de la familia. No tengo presente
de qué modo le salvaron la vida.
Fue tan grande
la creciente que varias parvas de alfalfa que había en el valle fueron llevadas
or el agua, como una nave y bajaban boyando aguas abajo, destruyendo a su paso
árboles y alambrados. Aconteció lo propio en el rio Sauce Grande y el Sauce
Chico. El uno y el otro arrastraron majadas enteras que cubrieron las aguas. En
el primero se ahogó un paisano mío Larrea, puestero. Estos arroyos, en sus
valles tienen sitios traicioneros. Cuando las aguas son normales, los valles se
prestan para la agricultura y la ganadería, faenas a que se dedica mucha gente
inexperta. Confían en los centros de los valles, creyendo estar seguros por las
aguas y
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Cuando estas
molestan en los centros sucede que no hay salidas. Hay “bajitos” o ríos muertos
que son el peligro perenne del inexperto.
Contaba Bernabé
Conget que estando en su habitación vieron llegar tanta avalancha de agua que
hasta empezó a entrar en la casa. Corrieron él y la esposa a otra parte más
elevada, al galpón, llevando algo en sus manos para que no se mojara. Al punto
volvió a la pieza ya con buena altura de agua. Al entrar en ella vio al gato
regalón montado sobre los objetos que boyaban en actitud de estar cazando. “Con
sorpresa vi un culebrón que intentaba ponerse a salvo. Cobré tanto espanto por
temor no solo de esta sino por otras que podían llegar y molestarme.”
En la planta
urbana del pueblo no hubo derrumbes que yo recuerde.
En la época de
estas crecientes y lluvias abundantes nos vimos molestados por estas. En la
época de la fundación del pueblo a los pobladores les fue fácil y barato formar
los techos sobre ramas, tablas o ladrillos, tendiendo sobre aquello barro con
abundante paja y bien trabajado. Esta forma de trabajo resiste mucho contra el
agua, pero a la larga cede y penetra los techos en forma que molesta. NO diga
mi lector que los que tales trabajos hacían fueran ignorantes. Es que los de
aquellos tiempos no tenían teja Marsellesa la que a mi llegada al país recién
se había puesto de moda. El zinc vine a conocerlo en esta. No había un techo
para nuestra. Antes de estas aguas se puso en boga el zinc, pero a mi casa
llegó la riada del día 23 de marzo en momentos en que no era posible resistir a
estar sin él. Llegó el ferro-carril y llegaron los materiales convenientes para
la edificación.
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